Autora: Jeanette Muñoz
San Pedro y San Pablo, Veracruz, 10 de diciembre de 1990
Un extraño nacimiento estremeció a la población jarocha, la noche de este 9 de diciembre. María Concepción Canales, profesora de la primaria local, dio a luz a un pequeño sin corazón que, no obstante, puede respirar y moverse. Los médicos del Hospital Regional de Zona han confirmado a este medio la noticia y se han negado a dar mayor información sobre el asunto.
El padre de la criatura, Juan Nepomuceno Solís, aseguró que la familia buscará a los mejores especialistas del estado para asegurarse de que su hijo pueda sobrevivir y crecer sano. Se espera que este lunes arriben científicos de la universidad estatal a la comunidad.
Archivo iconográfico DGME-SEB-SEP
10 de febrero de 2007
Hoy se fue mi único hijo para nunca regresar. Debería sentir dolor o al menos alivio, pero lo único que hay en mí es un enorme deseo de dormir, tal vez por varios días... o meses.
Como se esperaba de mí, cuidé al pequeño prodigio −o engendro, como se atrevió a llamarlo alguna vez el párroco−: primero ante la mirada morbosa de los reporteros que se arremolinaban frente a la puerta de nuestra casa y luego ante la completa indiferencia de quienes me rodeaban.
¡Dios sabe que no culpo a Nepomuceno por abandonarme! Lo intentó. Pero yo me daba cuenta del temor que iba creciendo en él día tras día. Una tarde ya no pudo más. Me dejó todo el dinero que había ahorrado en su vida y se fue sin decir a dónde.
Archivo iconográfico DGME-SEB-SEP
Yo persistí, ¿acaso tenía otra opción? A una visita médica le seguía otra: especialista tras especialista, hospital tras hospital. Los científicos trataban de explicar el hecho de que el niño pudiera vivir sin poseer un corazón. Me vi forzada a escuchar una tontería tras otra acerca de lo que lo mantenía con vida: energía cósmica, electromagnetismo... una especie de embrión con ADN no humano que se albergaba en el pecho... Un día, como Nepomuceno, yo también me cansé y decidí dejar de buscar médicos y explicaciones: salvo la falta de corazón, el chico tenía una estupenda salud.
Me avergüenza decirlo, pero durante los primeros años de la criatura, sólo lo llamé "niño", no quería darle un nombre, pues en secreto mantenía la esperanza de que pronto muriera. Por otro lado, el sacerdote del pueblo se negó a verlo siquiera −ya no se diga a bautizarlo−, pues en su opinión y creencias, el pequeño era de la casta de Lucifer.
Pasó el tiempo y, a parte del vacío en su pecho, el niño creció con normalidad: gastaba los zapatos de las puntas, rompía los pantalones en las rodillas y cada dos meses necesitaba un suéter nuevo porque las mangas le quedaban cortas.
Archivo iconográfico DGME-SEB-SEP
Aunque creía que era mi deber, me fue difícil quererlo: el chico nunca lloró, nunca sonrió y mucho menos me pidió un abrazo en la madrugada para que lo consolara ante la oscuridad. Resignada ante la vida que me tocó, por fin decidí llamarlo Joaquín −como mi padre−, una tarde en que desde la sala lo observaba arrastrar un carrito en el patio. Ese día también decidí mudarme de ese pueblo, donde algunos aún decían que mi hijo era un engendro antinatural.
Los días escolares pasaron sin demasiados sobresaltos. En la escuela nadie sabía de la condición de Joaquín; sin embargo, los otros niños se alejaban de él por instinto. El pequeño nunca mostró interés por hacer amigos, pero tampoco se vio involucrado nunca en alguna pelea. Frente a los libros demostró que lo que le faltaba de corazón, le sobraba de cerebro. Siempre fue excepcionalmente bueno en ciencias y matemáticas. Esta aptitud para los estudios y su naturaleza pacífica lo ayudaron a obtener una beca en una prestigiosa universidad privada. Como era de esperarse, la despedida transcurrió sin dramas.
Hace menos de una hora, el chico al que cuidé durante 16 años hizo sus maletas, me dijo adiós y cerró la puerta detrás de él.
15 de julio de 2019
Hoy por la mañana he recibido un mensaje en el que me notifican la muerte de mi madre. Me es imposible sentir algo. Ojalá haya muerto en paz; sin duda estoy en deuda con ella, pues fue la única que se negó a dejarme.
Supongo que ahora estoy verdaderamente solo en el mundo, sin familia, sin amigos, con colegas que me respetan pero que, por alguna extraña razón, se niegan a acercarse a mí más de lo necesario. Quizá huyen de mí por mi incapacidad para entender sus problemas que, dicho sea, en secreto, me parecen de lo más fútiles: una ruptura amorosa, una decepción profesional, el deceso de algún familiar... Conforme más envejezco, más se refuerza mi idea sobre la idiotez de quienes me rodean.
Mañana tengo una nueva cita en el Instituto de Cardiología de la Universidad, quieren probar conmigo un nuevo procedimiento; piensan que por fin podrán comprender lo que eufemísticamente llaman "mi condición". Dudo mucho que puedan encontrar alguna respuesta a mi caso.
Hospital, licencia CC0/Rawpixel.com
17 de julio de 2019
Como lo supuse, el nuevo procedimiento fracasó. Yo mismo no he podido hallar una respuesta convincente a mi falta de corazón. En fin...
Mañana es un día importante. Recibiré mi segundo grado doctoral. Hoy por la tarde el presidente de una compañía farmacéutica me contactó para ofrecerme un puesto directivo en su empresa; quiere que ayude a desarrollar una nueva generación de antirretrovirales. Acepté, y ahora en lugar de un patán sin corazón, ¡seré un patán sin corazón con mucho dinero!
16 de septiembre de 2019
El nuevo trabajo ha resultado completamente tedioso. No sé por qué algunos pueden considerarlo un reto. Supongo que en algo me debo ocupar...
Uno pensaría que estar rodeado de científicos todo el día resultaría gratificante, pero su educación no los exime de la cháchara sensiblera que se encuentra en todas partes. Especialmente molesta me resultó mi nueva compañera, Julia, "la nueva miembro brillante de la familia" −así la presentó el presidente de la compañía−... Sin duda una metomentodo impertinente y descarada.
Caminando, licencia CC0/Rawpixel.com
26 de septiembre de 2019
Julia vino directamente a mí a la hora de la comida. Sin importarle que estuviera leyendo, se sentó a mi lado y comenzó a contarme de su vida en Ecuador, donde nació y creció. Como si me importara, me dijo que extrañaba mucho a su madre.
Me confió también que un tipo de la administración ha estado insistiéndole para que salga con él. Ciertamente eso forma parte de mis atribuciones y lo he reportado por acoso ante Recursos Humanos. El pobre diablo ha tenido que desocupar esta tarde su escritorio, ante la mirada incrédula de todos sus compañeros.
A la hora de la salida, Julia pasó por mi oficina para agradecerme. Impertinente y descarada como es, me dio un beso en la mejilla y salió, como si nada, de nuevo al pasillo.
26 de septiembre de 2019, por la noche
Tengo un extraño dolor en el pecho. Nunca había sentido algo así... Más bien, nunca había sentido... Será mejor llamar a la gente del Instituto. Cada vez es más intenso, no lo soporto...
5 de octubre de 2019
Pasé varios días en el Instituto. Lo que me sucedió es inexplicable, quizá mucho más que haber nacido sin corazón.
Llegué hasta la universidad completamente subyugado por el dolor, tanto que me fue imposible caminar sin ayuda hasta la sala donde estaban reunidos todos los médicos. Uno de ellos examinó mi pecho y, con estetoscopio en mano, aseguró que alcanzaba a escuchar un latido en el espacio de la caja torácica.
Entre varios hombres, me trasladaron al área de ultrasonidos. Abrumado por el dolor, casi ni me enteré de todos los preparativos para hacerme el ecocardiograma. Para entender lo que pasó después, sólo explicaré que este tipo de ecografías muestra a los médicos el tamaño, la forma y el movimiento del corazón.
Percibí la frialdad del gel sobre mi pecho y luego la presión del transductor. Un segundo después de haber iniciado, una expresión de perplejidad se asomó al rostro de todos los presentes. Pregunté qué pasaba lo más serenamente que pude, pero ante el silencio generalizado, arrebaté el escáner al médico que tenía frente a mí, lo coloqué sobre mi pecho y me incorporé para ver la imagen...
¡Por primera vez en toda la vida sentí miedo!... La pantalla mostraba que mi caja torácica dejó de estar vacía, pero en el lugar donde todos tienen el corazón, había una pequeña ave, acurrucada como si tuviera frío, y con los ojos cerrados. Al ver que los otros se habían paralizado a causa del asombro, pedí al radiólogo que grabara la ecografía.
El sonido de la puerta abriéndose acabó con la quietud de todos los especialistas de la sala. Julia acababa de entrar al cuarto, pues mi jefe le había notificado que estaba enfermo e internado en el Instituto. En el momento mismo en que la vi, la pantalla mostró a la pequeña ave abriendo sus ojos y sus alas: el colibrí comenzó a revolotear y a saltar por entre mis costillas.
Después de sentir un pinchazo agudo, me desmayé y no recobré la consciencia hasta unas horas después. Al abrir los ojos, encontré a mi lado a la metomentodo, quien sostenía una de mis manos entre las suyas. El dolor del pecho se había ido y en su lugar había quedado una sensación cálida, como de nido en invierno, que se extendía por todo mi cuerpo. Desde ese instante, en mis sienes y en mis muñecas siento el suave aleteo de quien ahora vive en mi pecho.
20 de diciembre de 2019
Tal como lo ordenó el director de la empresa farmacéutica en la que trabajo y, en nombre de la investigación científica, me acerqué a Joaquín para poder estudiar de cerca su condición. Mi intención no era hacerle daño, pero se lo hice y ahora los remordimientos no me dejan en paz.
Por un par de meses viví con él y llevaba una detallada bitácora de todos sus cambios. Los primeros días después de salir del Instituto, se mostraba débil y algo asustado por el nuevo ser que ocupaba el lugar donde debía estar su corazón. Con mi compañía, poco a poco fue recuperando sus fuerzas y una inusitada alegría surgió en él.
Todo el tiempo quería estar conmigo y por las noches me pedía que colocara mi cabeza sobre su regazo para que pudiera escuchar el aleteo del colibrí. Yo lo quería. El presidente de la farmacéutica se enteró de esta situación y me pidió llevar a Joaquín al extremo, para poder cuantificar su reacción.
Colibrí, licencia CC0/Rawpixel.com
Le mentí. Una noche, después de la cena, le dije que tendríamos un hijo. El ave en su pecho comenzó a revolotear tan rápido y con tanta fuerza, que la habitación entera se llenó de sonidos de aleteos. Los días siguientes, Joaquín parecía volar, pasaba de un cuarto a otro sin apenas hacer ruido, casi flotando, "haciendo el nido para su bebé".
La felicidad de Joaquín me atormentaba y me colmaba de culpas. Llena de remordimientos, una tarde entré en la oficina del presidente, le entregué mi carta de renuncia −en la que se aducían razones de consciencia− y le supliqué que nos dejara en paz. Con rabia, le espeté su carencia de ética y le advertí de mi decisión de contarle todo a quien hasta ese momento había sido mi conejillo de Indias.
No lo oí llegar. Joaquín escuchó cada palabra. Un segundo después de que mi voz se extinguió, una flama azulada surgió de su pecho y lo atravesó. Él cayó muerto, fulminado por el dolor. Envuelto en llamas, el pequeño colibrí se arrastró un par de metros hasta mis pies; se convulsionó en silencio hasta que el fuego extinguió la vida de su pequeño cuerpo.
El incendio acabó con la oficina del presidente y luego con todo el piso 16 de la farmacéutica. Mi exjefe y yo escapamos por la escalera de emergencias; los bomberos se ocuparon del resto.
Descansando, licencia CC0/Rawpixel.com
Ciudad de México, 10 de diciembre de 2019
El doctor en medicina y microbiología Joaquín Solís Canales, descrito por sus colegas como un "hombre sin corazón", incendió la tarde de ayer la oficina del presidente de la compañía farmacéutica para la que laboraba.
Testigos del hecho relatan que el fuego se extendió por todo el piso 16 del inmueble, antes de que el Heroico Cuerpo de Bomberos pudiera controlar la situación.
Afortunadamente, todos los empleados pudieron escapar sin daños del siniestro. En el lugar sólo se encontró el cadáver del incendiario y el de una pequeña ave que, sin duda, entró al edificio atraída por las llamas.
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