Calaverita reformadora

La catrina, con su guadaña brillante, recorría el país con paso elegante. Buscaba políticos de doble moral, que prometen mucho, pero hacen poco al final.

Llegó a la capital, con su mirada severa, y vio un congreso lleno de gente altanera. Diputados y Senadores, con trajes elegantes, discutiendo leyes, pero sin ser virtuosos.

¡Basta de engaños!, gritó la huesuda con furia, ¡su corrupción ha llegado a la injuria! El pueblo sufre mientras ustedes se enriquecen, ¡y de las promesas, ni siquiera se acuerdan solo envejecen!

Un político joven, con algo de vergüenza, se acercó a la catrina, con cierta defensa "Señora muerte, no todos somos iguales, algunos queremos cambiar estos males".

La catrina lo mira con escepticismo profundo, "las palabras son viento, los que valen son los segundos. Si quieres cambiar, tendrás que demostrarlo, con acciones honestas, tendrás que comprobarlo".

El político asintió con determinación en la mirada. "Lucharé por mi gente aunque me cueste la jornada". "Acabaré con la corrupción, la impunidad y el robo, y haré de México un lugar de progreso y de sobra".

La catrina sonrió, con una mueca macabra, "tienes mi permiso, pero no te hagas la lacra. Si me decepcionas, volveré por ti, y te llevaré al infierno, sin decir ni sí".

Así, el político comenzó su labor, con la mirada de la catrina como recordatorio y sabor. Sabía que el camino sería difícil y duro, pero estaba dispuesto a luchar, con alma, vida y futuro.

Porque la muerte acecha, siempre presente y solo aquellos que obran bien, son realmente valientes. Y México necesita héroes, no villanos, para construir un futuro con manos, no en vano.